Entre Cullera y Dénia hay un pueblecito modesto, casi olvidado de si mismo arrullado por las olas, que me evoca la canción Mediterráneo de Serrat. Se llama Miramar.
No tiene el cosmopolitismo de Javea ni el bullicio de Gandía, sólo el mar, la playa interminable, una mágica luz de Sorolla y aromas a naranjo y jazmín. Sus gentes son sencillas, trabajadoras y amables, y en su mirada franca pueden intuirse las verdades de su realidad cotidiana; vistas, sonidos y fragancias que nos reconcilian con nuestro ser auténtico. Julio y agosto no son los mejores meses para conocerlo.Total look Zara,
Bikini: Calzedonia
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